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Testimonio de Valentina

SANANDO

Mi proceso al recibir a mi bebé con condición genética de síndrome de APERT.

Amor, amor es lo que veo en cada momento o situación que la vida me regala. No es que vea el mundo con una mirada de positivismo en donde todo puede estar bien a pesar de que se viva lo contrario.

Hoy quiero compartir contigo como la vida me traslado de un mundo ordenado a un hermoso caos en donde nunca imagine estar.

Valentina, mi hija, me regalo el embarazo que esperaba desde tiempo atrás. Su periodo de gestación lo disfrutamos en medio de una pandemia, pero de una manera muy consiente, chequeos médicos constantes en donde todo aparecía muy normal, una alimentación muy sana, actividad física regulada y muchos apapachos de por medio. Lo único extraño que presentó, fue que, en el chequeo médico de las 39 semanas, ella tenía una maduración en su cabecita correspondiente a 41 semanas.

Llegó el gran día, comencé a sentir contracciones, pero mi bebé no lograba “bajar” y colocarse en posición para nacer, tuvimos que esperar 36 horas y programar el nacimiento por cesaría. La emoción no se detuvo en ningún momento, incluso la soñé algunas noches antes de nacer, curiosamente nunca soñé su carita, únicamente la soñaba juguetona y llenando de risas cada espacio de la casa.

Cuando entré a quirófano, el equipo de doctores compartió la alegría de que pronto saldría de mi cuerpo un pequeño ser humano. Todo transcurrió con un ambiente muy amable, me sentía en confianza y en un espacio amoroso en donde pronto estaría entre mis brazos aquel sueño que me hacía reírme de la relatividad del tiempo, pues lo que más quería, estaba demorando un tiempo que me parecía eterno. Entre la cirugía y maniobras médicas, a las 15:30 horas, apareció contra luz, un cuerpecito rojizo que lloro al instante. Rápidamente quise verla, movía mi cabeza para encontrarme con ella, pero a su vez, el ambiente del quirófano había cambiado y solo escuchaban murmullos de los doctores diciendo “pero cómo es posible, ¿nunca te diste cuenta?, debió aparecer en algún ultrasonido” silencios incómodos, preocupación, decepción por parte de los doctores … —¡Al fin te veo mi amor! —fue mi primera expresión.

En seguida me pasaron a mi hija para conocerla, sería mentira decir que no vi las diferencias físicas, pero lo que también observe y sentí fue el milagro que había ocurrido: yo había creado vida. Desde ese momento tuve la certeza que no importaba el futuro, importaba el amor que pondríamos para enfrentar y derribar lo que viniera con ella.

Horas después, tuvimos la fortuna de contar con un equipo de salud que nos revisaban cada hora, pues, aunque mi hija no presentó complicaciones al nacer, tenía una condición física que no todos conocían y solo nos decían “esperemos a la especialista”. Doctores y enfermeros entraban y salían de nuestra habitación en el hospital. Por la noche, llegó la doctora genetista, me pidió a mi hija, la revisó de pies a cabeza y me dijo —Su hija tiene una condición genética llamada Síndrome de Apert —en ese momento yo sólo escuchaba ruido blanco, pero también tenía la noción de que la doctora intentaba explicar en qué consistía el síndrome, seguidamente aconsejo —ahorita no busques información, por que internet siempre muestra los casos más severos, ya habrá tiempo para eso. —No sé si fue lo mejor o peor que nos pudo aconsejar, pero me ofreció un poco de calma pues yo me aferraba a disfrutar de ese momento ¡nuestro momento! Momento en el que mi hija descubría el mundo fuera de mi y yo me descubría como mamá sin que ella estuviera dentro de mi. Es hermoso sentir su piel, resguardar su calorcito, ver la hermosa boquita que tiene e intentar que tomara esa primera leche que le daría toda la fortaleza para vivir. Ese momento fue mi centro. Sentir mi corazón.

Es aquí en donde ahora te pregunto ¿en dónde está el amor? Pues justo aquí, en donde te duele, en donde te preocupa y a veces puedes frustrarte por el camino, pero todo esto solo se siente por aquello que se ama de verdad y es entonces cuando se transforma tu mundo en ese hermoso caos en donde no importa cómo, cuándo y dónde; no cambiarias nada de tu vida, siempre que estén juntos tú y tu pequeña o pequeño saldrán adelante.